lunes, 17 de agosto de 2009

☼ El Fin ←

En 1119 se sitúa al frente de la iglesia Calixto II, papa de origen francés a quien hay que atribuir el éxito en la anhelada conclusión de la querella de las investiduras. El inicio de su pontificado no presagiaba aquel buen final, pues una de sus primeras medidas consistió en revocar la facultad de investidura arrancada coactivamente por Enrique V a Pascual II, lo que dio lugar a renovadas tensiones. No obstante, porque cundiese en ambas partes la fatiga por tan prolongada lucha, o porque finalmente se impusiera la razón, el 23 de septiembre de 1122 se firmó el Concordato de Worms, ratificado un año después por el concilio ecuménico de Letrán. Por aquel protocolo se establecía un acuerdo entre la santa sede y el imperio, según el cual correspondería al poder eclesiástico la investidura clerical mediante la entrega del anillo y el báculo y la consagración con las órdenes religiosas, mientras que al estamento civil se le reservaba la investidura feudal con otorgamiento de los derechos de regalía y demás atributos temporales. Los así investidos se debían al papa en lo religioso y al soberano laico en lo civil. Al emperador se le reconocía además la potestad de asistir a la elección de los cargos eclesiásticos y de utilizar su voto de calidad cuando no hubiese acuerdo entre los electores. Como las presiones que se ejercían sobre los capítulos de las catedrales y abadías eran muy fuertes en orden a la elección de un determinado candidato, lo que dificultaba la obtención del quórum necesario, al final acabó siendo con harta frecuencia el emperador quien impuso su arbitraje.

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